NUESTRO DESTINO ERA EL PRESENTE

  • Vídeo monocanal
  • 4 minutos y 11 segundos

EL TIEMPO-AHORA

Reflexiones de Blanca de la Torre sobre el nuevo vídeo de Eugenio Ampudia

La ciudad de Nueva York a lo largo de un día desde diferentes puntos de vista. Así podría verse el nuevo vídeo de Eugenio Ampudia: un collage continuo de imágenes donde cada edificio está en el mismo plano en un momento del día. Por la mañana, por la tarde y por la noche; presente y futuro toman forma de un eterno presente.

El artista juega de este modo con la ambigüedad de un escenario inquietante que parece dibujar una ciudad donde la figura humana ha desaparecido en el vertiginoso ritmo de la ciudad propio del capitalismo tardío. Ampudia sugiere así la idea de un tiempo involuntario, la confusión de una temporalidad post-Antropoceno, la posibilidad de un mundo sin humanos, o la verosimilitud de unos espacios con agencia propia, habitando la urbe tras un momento de colapso.

El tiempo como herramienta conceptual ha sido utilizado por Eugenio Ampudia de manera constante a lo largo de su trayectoria, de modo similar a cómo reflexiones sobre el tiempo han estado presentes en la historia del pensamiento. Abordarlo podría ser, como el propio tiempo, un empeño infinito. Se podría reflexionar acerca de anacronías y heterocronías, de imagen-tiempo, de tiempo histórico… Desde el “presentismo” de Mieke Bal y el tiempo poscolonial de Homi Bhabha, al esculpir el tiempo de Andrei Tarkovski o la dromología de Paul Virilio y la cronofobia de Pamela Lee. Del tiempo imaginario de Stephen Hawking. De tiempo suspendido y tiempo expandido. De espacio, tiempo y percepción.

Una posible historia de la filosofía del tiempo podría comenzar con Platón, quien en el Timeo ya lo definía como la imitación móvil de la eternidad. También se podría partir de la visión aristotélica que identifica al tiempo unido al cambio y la acción, a los seres en movimiento. No es que el tiempo sea movimiento pero no puede existir sin él. Aristóteles formuló una pregunta clave: ¿existe el tiempo con independencia de la mente? O, dicho de otro modo, ¿es una creación del hombre o, por el contrario, pertenece al mundo de las cosas?.
Más tarde san Agustín también liga tiempo y movimiento, pero lo hace como medida de este realizada por el alma humana. También para Descartes es el tiempo la medida del mismo, un modo de pensamiento, de pensar en la duración.

Immanuel Kant no lo relaciona con el movimiento o con el alma, lo vincula a la organización de las experiencias y al existir de cada persona, llegando a preguntarse si espacio y tiempo son seres reales. Y es que tiempo y espacio a menudo van unidos en la historia de la filosofía, y será Bergson, mucho más tarde, quien los separe al afirmar que “el tiempo es creación o no es nada en absoluto”. Según el filósofo “nosotros no pensamos en el tiempo real, pero lo vivimos porque la vida desborda la inteligencia”.

Más adelante, Rosalind Krauss, en Pasajes de la escultura moderna, uniría de nuevo espacio y tiempo en las artes: “(…) incluso en un arte espacial, el espacio y el tiempo no pueden separarse para fines de análisis. En cualquier organización espacial habrá una aserción implícita sobre la naturaleza de la experiencia temporal”.

Podríamos también entrar en las ideas hegelianas del tiempo y la historia, de esa historia del arte entendida como presente ya cumplido, y desembocar en la concepción de “el tiempo ahora” de Walter Benjamin. Un tiempo detenido. La propia esencia del tiempo desvela para él el falso paraíso de la modernidad obsesionado por el progreso técnico.

Y no se puede hablar del tiempo sin contar con Heidegger, quien lo propone como el significado último del que trata la pregunta que interroga por el ser. El ser es el tiempo o el tiempo es el sentido del ser. Pensar el tiempo es pensar el ser. Tratar de entender nuestra propia existencia es, inevitablemente, tratar de comprender el tiempo. Partiendo de los caminos del filósofo de la cabaña y su maestro Husserl, nos tropezaremos después con la hermenéutica de Hans-George Gadamer, quien se consideraba a sí mismo como un “anacronismo viviente”. El autor llega a proponer una distinción entre las diferentes culturas y períodos históricos a partir de cómo estos han considerado el tiempo. El autor nos enfrenta además al arte a través de su explicación ontológica: “el arte no es nunca solo pasado, sino que de algún modo logra superar la distancia del tiempo en virtud de la presencia de su propio sentido”.

George Kubler, en una suerte de acoso y derribo de una concepción clásica del tiempo, niega a este un carácter diacrónico. En La configuración del tiempo lo concibe a través de saltos, discontinuidades, repeticiones o regresos. Aplicado al arte, la obra habita siempre una pluralidad de tiempos y, en cierta manera, siempre es contemporánea porque nunca deja de estar aquí, con nosotros, aunque se halle atravesada por tiempos diferentes.

Esta pluralidad del tiempo también nos conduce a la crítica del instante y del continuo que realiza Giorgio Agamben en Tiempo e historia, donde el filósofo italiano sentencia que “la tarea original de una auténtica revolución ya no es, simplemente, cambiar el mundo sino también, y sobre todo, cambiar el tiempo”.

En la misma línea de reflexión, Keith Moxey nos conduce a pensar que los únicos tiempos posibles del arte son los de la heterocronía, los de la multiplicidad. Además, para Moxey, “la naturaleza no-sincrónica del paso del tiempo no cuadra con la necesidad permanente de una narrativa histórica común”.

“Siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo”. Así comienza Georges Didi-Huberman su apertura del libro Ante el tiempo, donde disecciona una arqueología crítica de los modelos de tiempo y de los valores de su uso en la historia del arte, esa disciplina que quiso hacer de las imágenes a través del tiempo su objeto de estudio. Esto nos podría llevar a hablar de la imagen-tiempo de Deleuze, e incluso a tomar la inmanencia deleuziana que Daniel Birnbaum estudia en Chronology.

A modo de paréntesis literario entre este recorrido de referencias, recordaremos cómo James Thurber, ya casi ciego, afirma en su relato fantástico Los trece relojes que “el tiempo yace ahí, congelado. Siempre es Entonces. Nunca es Ahora”; o a los hombres grises que se fumaban el tiempo de la gente en la novela Momo de Michael Ende. Bataille, por su parte, escribió que “en cierto sentido, todo problema es el de un empleo del tiempo”, mientras que Cioran tocaba tierra al determinar que el tiempo estaba hecho para ser vivido.

Modernidad y posmodernidad se enfrentan también desde la idea del tiempo. Si aquella se caracterizada por la hiperaceleración, como apuntaba Paul Virilio, la subsecuente lo elimina según Fredric Jameson. Para el filósofo el posmodernismo sería ‒al igual que el subtítulo de la que posiblemente sea su obra seminal‒ la lógica cultural del capitalismo avanzado, y se caracteriza entre otras cosas por el borrado del tiempo y de la historia, es más, “cuando somos incapaces de unificar el pasado, el presente y el futuro en una frase, tampoco podemos unificarlos en nuestra propia experiencia”. Más adelante, en el artículo El fin de la temporalidad, zanjaba el tema afirmando: “Como mínimo el tiempo ha pasado a ser inexistente y la gente ha dejado de escribir acerca de él”.

El tiempo que propone Ampudia podría ser la culminación de aquel enfrentamiento. Por un lado, el de la idea del tiempo heredera y arrastrada de la modernidad: el tiempo esclavo, el tiempo dominante, el tiempo acelerado, el tiempo regidor del trabajo. Aquel en que el sujeto se vuelve máquina. El del Charles Chaplin de Tiempos modernos quien, como consecuencia de su estado de alienación fordista, atornilla el botón del pecho de la mujer burguesa que interrumpe su paso. Por otro, ese fin de la temporalidad jamesoniano ese borrado de todo lo anterior que apela a la necesidad de decrecer, redimensionar, y pensar el tiempo desde otra escala, otro ritmo, y, porqué no, a la idea de un tiempo sin humanidad.